JOSEPH CONRAD EN EL CONGO. Analizando "El corazón de las tinieblas"

"Desde el momento en que me asomé al abismo, comprendí mejor el sentido de su mirada, que no podía ver la llama de la vela, pero que era lo suficientemente amplia como para abrazar el universo entero, lo suficientemente penetrante como para introducirse en todos los corazones que baten en la oscuridad. Había resumido, había juzgado."¡El horror!"
     Joseph Conrad,"El corazón de las tinieblas"


Joseph Conrad, la vida como exilio
Jósef Teodor Korzeniowski, más conocido como Joseph Conrad, nació el 3 de diciembre de 1857 en Berdichev, que entonces formaba parte de Polonia, después de Rusia y actualmente de Ucrania. Este nomadismo nacional también estuvo muy presente en la vida de Conrad, hasta el punto de ser el mayor signo de su identidad y de su obra. Su familia pertenecía a la baja nobleza y tenía grandes intereses intelectuales. Su padre era traductor de Victor Hugo, a la par que activista político. Cuando Jósef tenía seis años, su padre fue condenado al exilio en los Urales, Siberia, como sospechoso de conspirar contra el gobierno austrohúngaro.
Tras la muerte de su madre a causa de tuberculosis, su atribulado progenitor envió al niño con su tío materno, Tadeusz Bobrowski, para que estudiase. Desde entonces y durante muchísimos años, ese tío fue para él una opresiva figura paterna.
La tía abuela de Jósef editaba atlas geográficos y él desarrolló en sus años tempranos una auténtica pasión por la exploración ártica y la cartografía de África, dedicándose a dibujar planos y a realizar viajes imaginarios a los lugares más remotos del globo, que en el futuro haría realidad con creces. Una anécdota que Conrad relató tanto en una crónica personal como en El corazón de las tinieblas cuenta que, de pequeño, puso el dedo sobre un punto negro en África central y dijo: “cuando sea mayor, iré allí”.
PARA LEER MÁS, HAZ CLICK EN MÁS INFORMACIÓN 
El joven y soñador Jósef
Su deseo de ir siempre más lejos, de enfrentarse a lo desconocido, debía de ser, en el fondo, una necesidad de escapar a sus problemas personales, familiares y financieros. Con 17 años Conrad viajó a Austria, Suiza, Italia y luego a Marsella. Como él mismo escribió, fue aquí donde “el cachorro abrió los ojos”. Se enroló como marinero a bordo del buque Mont Blanc, lo cual fue su manera de romper drásticamente con el pasado. A raíz de esa experiencia juvenil, se consolidó su pasión por los viajes y el océano.
Durante los 20 años siguientes surcó todos los mares, convirtiéndose en un “joven Ulises”. Después de sus travesías bajo bandera francesa, se embarcó en diversos navíos ingleses. A bordo del Duke of Sutherland, en 1878, cruzó el Ecuador por primera vez, un evento señalado para las tradicionales ceremonias de iniciación de los marinos. Con ello se celebraba el paso de la categoría de “renacuajo” (pollywog) a la de veterano (shellback). Se trataba de una recreación figurada de los peligros que aguardan a los hombres de mar en las profundidades bajo la mirada del rey Neptuno y de su esposa. Ese ritual consistía en darse un baño en una vela aparejada, habitualmente en una sustancia asquerosa, seguido de un rapado total de cabeza a manos del barbero del barco. Baño y rapado representaban simbólicamente una vuelta a nacer. La ceremonia terminaba bebiendo el reconfortante grog. 

Fotografía de uno de los barcos en los que navegó Conrad
El barco llegó hasta Sidney y después Conrad tuvo su primer contacto con el Extremo Oriente. Más tarde hizo travesías por Europa y zarpó con destino a Bangkok en un navío que se hundió cerca de Sumatra. Tendría igualmente ocasión de viajar a la India desde Londres haciendo escala en Sudáfrica. Fue entonces cuando, por primera vez, Conrad pisó África, el continente con el que más se le asocia. Su vida fue verdaderamente extraordinaria, llena de elementos románticos y exóticos que plasmó en sus novelas. Volvía de cada viaje con un tesoro de experiencias extremas, que exploraría ampliamente en su rica y profunda literatura. Pero no todo en su existencia fueron apasionantes aventuras. También había que vivir día a día, con todas sus miserias y preocupaciones. Conrad, siempre acuciado por las aspiraciones de su tío y las deudas que contraía por sus cuantiosos gastos, tenía ambiciones de progresar económicamente. Con esfuerzo pudo pasar los exámenes de primer oficial y nuevamente se embarcó hacia el Lejano Oriente. Después se presentó al grado de capitán, rango que consiguió tras diversos intentos. Para aquel entonces Inglaterra ya significaba para él su verdadero hogar. Se sentía británico por elección y había obtenido tal nacionalidad. Conrad vivió no sólo en un exilio nacional sino también lingüístico: desde niño hablaba polaco, ruso y francés. El inglés, que no empezó a aprender hasta los 21 años, fue su cuarta lengua. En sus ratos libres a bordo se dedicaba a leer sin descanso, lo que le otorgó un considerable dominio del idioma. Gracias a ello pudo convertirse en su lengua literaria y obtener con ella la gran difusión editorial con que contó ya en vida.


La experiencia de Conrad en África
 Con 30 años cumplidos, y como Charles Darwin antes que él, Conrad había visto paisajes exuberantes, extrañas especies animales y seres humanos de las antípodas. No tenía vínculos personales ni domicilio fijo y su profesión de marino estaba marcada por la permanente inestabilidad, sobre todo por sus constantes discusiones con sus superiores. En 1889 empezó su primera novela, La locura de Almayer, que no se publicaría hasta 1895. Mientras tanto intentó cumplir uno de sus sueños infantiles, viajar al Congo. Como a su personaje Marlow, a Conrad le fascinaban los espacios vacíos en los mapas. En 1890 fue contratado como capitán de un barco de vapor para trabajar en el Congo belga, y de aquella experiencia profesional extrajo la materia prima para construir esa prodigiosa novela corta que es El corazón de las tinieblas (1899), a cuyo título rinde tributo el nombre de este blog. Durante un mes recorrió la parte alta del río, a lo largo de una extensión de 1500 km. Como indica John Stape, autor de Las vidas de Joseph Conrad, aunque su experiencia no fue una pesadilla como la que describe El corazón de las tinieblas, sí fue testigo de algunas atrocidades. Además, durante ese tiempo Conrad sufrió graves enfermedades y su trabajo le decepcionó. Muy debilitado de cuerpo y de espíritu, regresó a Inglaterra para recobrarse aunque nunca lo consiguió del todo. La depresión y la ansiedad fueron persistentes en él. Se hizo a la mar dos veces más pero cada vez estaba más asentado su puesto entre los grandes nombres del mundo literario.


El corazón de las tinieblas en el contexto colonial 
Para entender El corazón de las tinieblas es imprescindible tener en cuenta el contexto histórico colonial. Desde los primeros siglos de conquista África había permanecido como un continente impenetrable, en el que los blancos eran incapaces de sobrevivir a causa del calor y los mosquitos. El clima africano causaba una elevada tasa de mortalidad entre los europeos a causa de las fiebres y las enfermedades tropicales. 


La exploradora Mary Kingsley, a la que un día de estos dedicaremos una entrada en el blog, escribió al respecto:
No hay otra región del mundo que pueda compararse a África occidental como matadero, esto es, como matadero de hombres blancos que se exponen a la malaria”. Por ello, la penetración en el continente fue solo superficial, mediante enclaves comerciales y factorías a lo largo de la costa. Pero en la primera mitad del siglo XIX el paludismo comenzó a tratarse con éxito mediante la quinina, lo que permitió reconsiderar los términos de la colonización del continente africano. Bajo el pretexto de llevar a aquellos pueblos la educación y la religión, únicamente se los explotaba y diezmaba con un trato humano y degradante debido a que las mayores potencias europeas rivalizaban entre sí en la carrera por explotar sus enormes riquezas materiales.


En la Conferencia de Berlín de 1884-1885 se intentó poner un orden en la situación pero, en realidad, lo que hicieron los países participantes fue repartirse un gigantesco botín de materias primas, recursos humanos y mercados para dar salida a sus productivas economías.

 Leopoldo II, rey de la pequeña Bélgica, invocando fines humanitarios y las inversiones que ya había realizado, consiguió convencer a los representantes de la comunidad de naciones reunidas en Berlín para que le regalaran el inmenso territorio  del Estado Libre del Congo. Pretendía poner en práctica un sueño utópico poniendo fondos de su bolsillo. No obstante, los buenos propósitos iniciales pronto fueron cruelmente  desmentidos por el trato atroz que se infligía a los nativos, primero con la explotación del marfil y, más tarde, con la producción del caucho, esencial en el desarrollo industrial de la época.


Fue precisamente en el Congo donde el irlandés Sir Roger Casement (1864-1916) conoció a Joseph Conrad, que después resumiría el horror de su experiencia africana en el personaje de Kurtz: un paradigma de la brutalidad escondida en todo corazón humano que, en el entorno de una naturaleza salvaje e ingrata, se libera de los condicionamientos impuestos por las normas éticas de la civilización occidental.

Conferencia de Berlíin
La Conferencia de Bruselas sobre el tráfico de esclavos en África, celebrada en 1890, prohibió el tráfico de seres humanos en el Congo y adoptó medidas para garantizar la cooperación internacional al respecto, pero se trató de un mero maquillaje normativo. Durante demasiados años el Congo siguió siendo uno de los puntos más oscuros de la tierra, habitado por la crueldad, en palabras del propio Conrad.


 A consecuencia de las denuncias efectuadas por los activistas humanitarios, en 1903 la Cámara de los Comunes ordenó a Casement que realizara una investigación en el Estado Libre del Congo. Casement intentó que Conrad se implicara en esa campaña de denuncia, en la que también participó Mark Twain. Conrad llamó al infame negocio del monarca belga “el saqueo más vil que jamás ha desfigurado la historia de la conciencia humana y la exploración geográfica”. Pero si bien era el peor con diferencia, en absoluto fue el único.
El resultado de la investigación de Casement se publicó en 1904 con gran escándalo público. Aunque el rey Leopoldo compró a periodistas para que desmintieran aquellos datos, las fotografías estaban allí para hablar con claridad de los asesinatos y mutilaciones sistemáticamente practicados. Una mujer se encargó de documentar aquellas atrocidades, la misionera Alice Seeley Harris, que ya tiene reservada una próxima entrada. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos conjuntos de tantos escritores y activistas, solo se retiró la posesión al infausto Leopoldo en 1908, un año antes de su muerte, y ello incluso recibiendo una indemnización a cargo del estado belga. En ese largo periodo, el hambre, los malos tratos y la destrucción sistemática del modo de vida tradicional en el Congo acabarían con la vida de 10 millones de seres humanos.


El corazón de las tinieblas y la crítica al colonialismo
Uno de los temas centrales de El corazón de las tinieblas son las fisuras del sistema colonialista, sus contradicciones con los ideales de la modernidad. La forma en que se estaba llevando a cabo la explotación en el Congo belga contradecía frontalmente los valores más asentados en la civilización occidental. A raíz de su trabajo para la compañía belga, Conrad advirtió que el poder inevitablemente corrompe. Hasta las mejores intenciones europeas se convertían en la práctica en explotación. El corazón de las tinieblas fue uno de los primeros textos literarios que adoptó una visión realmente crítica contra el colonialismo, pero no respecto al británico sino en relación al gobierno corrupto de Leopoldo II. Para el narrador anónimo en la parte inicial de la novela- que, en todo caso, no debemos confundir con las opiniones del propio Conrad, sino que, más bien, es portavoz del sentir popular-, el imperialismo británico había expandido el conocimiento por el globo, llevando la luz de la civilización al resto del planeta. Está claro que los fundamentos altamente morales que los ciudadanos ingleses atribuían a aquella empresa imperial reconfortaban sus conciencias. Cuando se publicó El corazón de las tinieblas, el imperialismo británico estaba en su cénit. Los ingleses poseían colonias por todo el planeta y, como en su día sucedió con el imperio de Carlos V, el sol no se ponía en sus territorios.


Conrad se aparta del problema del imperialismo inglés, puesto que su personaje trabaja para una compañía belga en una colonia perteneciente a un poder extranjero. Por ello, sus conciudadanos no vieron el texto como un ataque a las bases de su sistema político. Todo lo contrario. De hecho, el texto se publicó por capítulos en una revista bastante conservadora, el Blackwood ´s  Magazine



El narrador interpuesto expresa la creencia dominante acerca de que el imperialismo es un negocio glorioso y meritorio. En aquel aquellas fechas, el concepto de imperio era un valor central en la ciudadanía, el término principal por el cual Gran Bretaña definía su identidad y sus fines como nación. 

Caricatura irónica de la época sobre la rapacidad colonial inglesa
Pero el punto de vista del protagonista Marlow es ligeramente distinto. Se sitúa en una perspectiva histórica y evolucionista, tan en boga en aquellas fechas en Antropología. Así, recuerda a sus compañeros de viaje que Gran Bretaña no siempre fue el corazón de la civilización sino, dos mil años atrás, el salvaje fin del mundo para los colonizadores romanos. A través de sus reflexiones irónicas, los conceptos de civilizado y salvaje, luz y oscuridad, se ponen en cuestión. Sucede como en los diálogos platónicos, que permiten explorar las aristas y límites de los conceptos mediante la conjunción de las distintas opiniones, doxai. No se ofrece una solución única y dogmática como resultado de la investigación. El proceso intelectual queda abierto e incesantemente sometido a revisión en busca de la verdad. Algo parecido sucede con El corazón de las tinieblas, que permanece en una indefinida ambigüedad por la superposición de opiniones de los intervinientes. Conrad no llega a realizar una crítica directa del imperialismo como tal empresa, y por ello su verdadera postura resulta un tanto enigmática. Sí,  en cambio, es clara su crítica a la falta de moral, la hipocresía, el dispendio y la ineficiencia del sistema que tuvo la oportunidad de presenciar en África, además de ser el poder más cruel y rapaz que se haya conocido. Conrad, citando el Evangelio de San Mateo, no duda en calificarlo de “sepulcro blanqueado”. Con su retórica hueca sobre los beneficios de la civilización, lo que en realidad llevó a cabo fue una práctica sangrienta e intimidatoria.


Pero Conrad no quería sólo acusar a Bélgica y elogiar a los otros imperios presentes en África. Según avanza el viaje, Marlow encuentra hombres de otras las naciones europeas, todos ellos violentos y deseosos de hacer fortuna. Uno de sus rasgos principales es su conducta holgazana y absurda. A lo largo del camino presencia cómo un barco francés bombardea la selva desde la costa. Ese ambiente trastorna a los europeos, que se convierten en crueles y hasta se suicidan. Pero es un proceso bidireccional. Los blancos contratan a los propios africanos para vigilar a los trabajadores. Conrad, a través de Marlow, se horroriza ante esos vigilantes serviles que quieren imitar a los europeos y para ello se visten con uniformes ridículos y portan rifles. Los europeos quedan aún peor en ese dibujo: están poseídos por los demonios de la violencia, la gula, el deseo y, sobre todo, la avaricia. La sola palabra “marfil”, como si tuviera un poder mágico, consigue enloquecerlos, arrastrándoles al mal.


Siguiendo los criterios del evolucionismo, la novela muestra a los africanos como una versión primitiva de los ingleses, y no tanto como seres humanos potencialmente iguales. Marlow sugiere que la misión de civilizar y dominar a los nativos está equivocada, no porque crea que ellos dispongan de una cultura viable que haya de respetarse sino porque son tan salvajes que el proyecto resulta sobrecogedor y sin esperanza. Pero, nuevamente, no debemos identificar plenamente las ideas de Marlow con las propias de Conrad. Queda abierto para otra entrada el polémico debate que en 1975 suscitó Chinua Achebe acerca de si deberíamos considerar a Conrad como un racista. Ya veis que esta novela corta de Conrad da para muchísimos estudios.

El argumento de El corazón de las tinieblas
El protagonista principal es Charles Marlow, a quien solo parcialmente podemos considerar el alter ego del autor. Aparte de en El corazón de las tinieblas, aparece en otros libros del autor. El primero de ellos, Juventud: una narración, y también en la conocida novela  Lord Jim.
La acción transcurre en la última parte del siglo XIX, quizá entre 1876 y 1892. En el puerto de Londres, esperando hacerse a la mar, unos compañeros de viaje reflexionan acerca del papel civilizador del río Támesis, en el corazón de la metrópolis más poderosa del planeta. Sin embargo, en tiempos de la invasión de Britania era un río salvaje y peligroso para los romanos, entonces la avanzadilla de la civilización y que tuvieron que enfrentarse a los fieros pictos. Sin duda, los amos del mundo antiguo vieron el atraso evolutivo de aquellos salvajes del mismo modo que lo hacían los poderosos europeos que explotaban el África occidental y que se creían en la obligación moral de llevar a los pueblos negros la cultura, la verdadera religión y las maneras civilizadas. En eso consistía lo que, resignados, llamaban “la pesada carga del hombre blanco”. El viaje de Marlow remontando el río Congo hasta llegar al rincón más remoto de los dominios del rey Leopoldo de Bélgica se describe como el camino inverso desde la civilización hasta el salvajismo. Allí deberá localizar y traer al orden al mejor agente de la compañía, Kurtz, quien ha perdido el juicio con el contacto con las tribus caníbales y se ha convertido en un despótico reyezuelo al que los salvajes adoran como a un dios. Este podría ser un planteamiento general de la trama, que ahora desarrollaremos más detenidamente.


Cae el sol. En la cubierta de un barco de recreo, el Nellie, anclado en la boca del Támesis, cinco hombres esperan a que baje la marea para partir: el capitán, un abogado, un contable, Marlow y el narrador sin nombre que introduce la historia en esta primera parte. Todos son viejos amigos, unidos por el pacto de la mar. Están meditabundos, como esperando que suceda algo especial. Cuando la oscuridad se adueña de la escena la visión es menos clara pero la mirada de los personajes sobre la realidad gana en profundidad, su conversación se hace más interesante. A orillas del Támesis, el viejo río que ha prestado tan buenos servicios a la patria, el narrador recuerda a los grandes hombres que partieron de allí en viajes de comercio y exploración y que, a menudo, no regresaron. Marlow puntualiza que ese preciso lugar fue una vez uno de los más oscuros rincones de la tierra. Cuando los romanos llegaron a Inglaterra, encontraron un territorio verdaderamente salvaje. Imagina lo que habría sido para un soldado o un joven capitán romano llegar a un sitio tan lejano y carente del confort de la civilización a que estaban acostumbrados. Estos pensamientos le traen a la memoria su experiencia como marinero de agua dulce en un barco en el Congo. La idea de ir a este país le vino cuando, tras un viaje de seis meses por Asia, se encontró con un mapa de África en un escaparate en Londres. Su contemplación desató sus fantasías infantiles acerca de los prometedores espacios en blanco en un mapa. Gracias a la influencia de su tía obtuvo trabajo en una compañía belga, que estaba deseosa de mandarlo a África para sustituir al anterior capitán de un vapor, que había sido asesinado en el curso de una trifulca con los nativos.
Marlow comienza su estremecedor relato con su visita a los cuarteles generales de la compañía. Viaja desde Inglaterra a una ciudad que no menciona-sin duda Bruselas, a donde también viajó Conrad-, para firmar su contrato. Dos mujeres siniestras, entretenidas en tejer lana negra, lo conducen hasta la oficina donde debe suscribir el documento y pasar un examen médico. El galeno, que opina que el cerebro de los europeos se transforma bajo las duras condiciones de África, le mide el cráneo para comprobar sus cambios, aunque le advierte que muy pocos de los que marchan consiguen regresar. Este es uno de los muchos comportamientos sin sentido ni fin que Marlow encontrará a lo largo de este viaje. Antes de partir su tía le desea que ayude a civilizar a los salvajes. El protagonista embarca hacia África con la extraña sensación de soledad del que va al centro de la tierra.


Marlow es una persona introvertida, sensible e  idealista. Durante el viaje experimenta una sensación de sobrecogimiento ante la jungla majestuosa que rodea cada uno de los asentamientos blancos, que parecen diminutos puntos en una vasta oscuridad. Marlow llega a la estación exterior con el encargado general, un personaje conspirador y de carácter malsano. Descubre que el barco que debe pilotar se ha hundido y que pasarán varios meses aguardando las piezas precisas para su reparación. En ese tiempo de tensa espera, Marlow descubre la existencia de un personaje misterioso, Kurtz. El jefe contable habla de él en un tono reverencial, como si fuese un ser extraordinario, un emisario de los ideales occidentales para el avance de la humanidad. Trabaja para la Sociedad Internacional para la Eliminación de las Costumbres Salvajes. Le cuentan igualmente que es un agente de primera clase, que obtenía mucha más cantidad de marfil que todos los restantes agentes juntos. El manager y sus favoritos temen a este personaje oscuro porque amenaza su ascenso en la compañía. Se rumorea que Kurtz está enfermo, y ello desata las conspiraciones para ocupar su puesto. Como la selva atrayente pero amenazadora, también este Kurtz desconocido le atrae y le repele. En el curso de una visita, Marlow descubre que Kurtz es pintor. Observa detenidamente uno de sus cuadros, que muestra a una mujer con los ojos vendados portando una antorcha. Esta es la imagen más sofisticada que Marlow ha podido encontrar entre los europeos que conoce para explicar su situación en África: una Europa ciega tratando, a pesar de ello, de llevar la luz de la civilización a África.


Con el barco finalmente reparado, Marlow comienza el largo y dificultoso viaje remontando el Congo, acompañado por una tribu de caníbales y unos agentes a los que llama “peregrinos por su extraño hábito de portar largas maderas allí donde van. Serán dos largos meses de viaje atravesando la jungla río arriba. Sólo consigue adivinar lo que hay tierra adentro a través de la muralla impenetrable de la vegetación. La oscuridad y las sombras permean toda la narración, las mayor parte de las veces a nivel de las imágenes. El ambiente siempre es oscuro, desalentador y amenazante. En el río Marlow está aislado, es un espectador, escruta atentamente el estrecho margen de tierra al borde del río intentando adivinar lo que hay de detrás. Esta incapacidad para penetrar en el interior del continente es un síntoma de un problema mayor. No puede verse el interior de la selva como tampoco podemos comprender el interior de las personas. Nos resultan un secreto impronunciable, un misterio inconcebible. Las palabras distorsionan el significado que se supone que trasmiten, no reflejan la realidad, que es tan paradójica que no hay palabras para describirla. Es tremendo el pesimismo de Conrad acerca de las relaciones humanas.
La densidad de la jungla y su opresivo silencio no hace más que poner nerviosos a todos los tripulantes, siempre en estado de alarma y dispuestos a saltar por cualquier motivo. Ocasionalmente esos miedos se exacerban cada vez que pasan cerca de alguna aldea y oyen tambores lejanos. A medida que van avanzando hacia la estación central, Marlow aprecia una ineficiencia generalizada y un trato brutal. Los nativos son sobreexplotados, reciben malos tratos sistemáticamente por parte de los agentes coloniales. La crueldad y la miseria espiritual son ubicuas. Por ese motivo, Marlow se aísla del mánager y de los peregrinos, lo que acrecienta su estado de confusión mental. No hace más que reflexionar en qué medida el cocinero negro es diferente de un inglés haciendo el mismo trabajo. Y sigue obsesionado con Kurtz, al que a veces ve como a un megalómano y otras como un héroe. Ante las ambiciones del manager, los grandiosos gestos y la moral ambigua de Kurtz le parecen más atractivos. Pilotar en un río traicionero como el Congo equivale a moverse en ese mundo de conspiraciones, y los rostros que encuentra son para él máscaras incomprensibles, como la selva oculta también el verdadero ser del continente negro. África y Europa se transforman en impenetrables por igual para Marlow. Para su conciencia alterada, sólo Kurtz, envuelto en misterio, parece real.


Ya muy próximos a la estación central atraviesan un poblado vacío y encuentran unas pilas de leña con una nota. Les advierte que la madera es para ellos pero que deberían acercarse cuidadosamente. Después se ven envueltos en una densa niebla, que es a la vez real y metafórica. En ese momento de miedo el panorama humano se torna verdaderamente absurdo: los peregrinos se muestran sedientos de sangre, mientras que los supuestos caníbales que llevan en el barco se comportan de manera más humana. Cuando finalmente despeja la niebla, son atacados por una banda de invisibles nativos que les lanzan flechas incendiarias desde el bosque. El timonel del barco es asesinado antes de que Marlow logre dispersar a los nativos con la ensordecedora sirena del barco. Después llegan a la estación interior, al mando de Kurtz. Esperaban encontrarlo muerto pero les recibe un comerciante ruso chiflado que les asegura que está bien y que fue él quien les dejó la leña y el aviso. El ruso explica a Marlow de qué forma su trato con Kurtz ha ampliado su horizonte de pensamiento. En su opinión, tan cercana a la filosofía del Übermensch, Kurtz no está sujeto a la misma moral que el resto de los mortales. Se ha convertido en una especie de dios para los nativos y ha organizado ataques brutales sobre el territorio circundante en busca de marfil. Su carácter demoníaco se muestra en las cabezas cortadas que adornan la valla que rodea la estación, atestiguando sus métodos inhumanos.


Los peregrinos sacan a Kurtz fuera de la casa de la estación en camilla, mientras un gran grupo de fieles guerreros sale del bosque y los rodean. Kurtz se dirige a ellos para calmarlos y finalmente desaparecen. El mánager conduce a Kurtz, que está muy enfermo, al barco. Una nativa, la amante de Kurtz, aparece en la orilla y permanece de pie mirando al barco desafiante. El ruso sugiere que ha sido ella la que ha ocasionado la locura de Kurtz con sus malas influencias. Bajo juramento, el ruso revela a Marlow que fue Kurtz quien ordenó atacar al barco para hacerles creer que había muerto y que se volvieran, permitiéndole seguir así con sus malignos planes. El ruso finalmente se marcha en canoa, temiendo el enfado del mánager cuando sepa todo esto. En mitad de la noche Kurtz se escapa pero Marlow lo persigue y lo encuentra mientras se arrastraba hacia el campamento nativo. Marlow piensa en estrangularlo pero, al final, lo convence para que vuelva al barco y, a la mañana siguiente, comienzan el descenso río abajo.
La salud de Kurtz se deteriora rápidamente. Marlow le escucha hablar mientras pilota el barco. Le cuenta que la naturaleza salvaje "le había susurrado cosas sobre él mismo que no conocía, cosas de las que no tenía idea hasta que fue aconsejado por esta gran soledad". En opinión de Marlow, Kurtz se ha vuelto loco por culpa de África. En esos diálogos lo encuentra por igual grandilocuente e infantil. Su pasión por la fama y la fortuna es, en realidad, un ambicioso deseo de engrandecerse él mismo y no de servir a la sociedad. Su libertad absoluta lo ha transformado en un monstruo. Sin la amenaza de la justicia y el castigo, ningún ser es capaz de mantenerse dentro de los límites morales. 
Kurtz finalmente le confía un paquete con sus documentos personales, incluyendo un elocuente panfleto que escribió sobre la civilización que supuestamente debían llevar a los salvajes. El texto termina con un atroz mensaje manuscrito por Kurtz: “Exterminad a estas bestias”.


El barco se avería y tienen que detenerse para repararlo nuevamente. Kurtz muere pronunciando sus famosas últimas palabras: “El horror, el horror” en presencia de un Marlow tan confundido que no sabe qué pensar. La intensa epifanía sobre las raíces de la locura de Kurtz le lleva a un estado de profunda comprensión y autoconciencia. Kurtz había atravesado la ambigüedad y había sido capaz de decir algo acerca de la realidad, pero quizá tan vago que se aproximaba a la nada. Marlow aprecia la inteligencia de Kurtz, que fue capaz de resumir y juzgar la vida como el horror, pero en realidad comprende que su visión es una mentira. Con su soberbia y su carisma había creado un mundo que contradecía todos los modelos sociales aceptables. Marlow y Kurtz, en su acercamiento progresivo, se enfrentan a las imágenes contrapuestas de sí mismos, como civilizados europeos tentados de abandonar la moral completamente una vez lejos del castigo de la justicia. Marlow ve que la depravación actual de Kurtz es como la suya en potencia. Traicionar su memoria sería como traicionarse a sí mismo.


En la novela es interesante el juego de las contraposiciones interior/exterior. Cuando Marlow navega por el río, está en el exterior en relación a la tierra. Ese mismo río Congo que lo ha llevado hasta el corazón de las tinieblas lo devuelve al seno de la civilización blanca.
En el viaje de regreso Marlow cae enfermo, síntoma de su trastorno mental, y sobrevive con suma dificultad. Decide volver a la ciudad sepulcral para cumplir el encargo del fallecido. Un sobrino de Kurtz se hace cargo de sus papeles y opina que era un gran músico, un genio universal. Un periodista quiere publicar su panfleto y cree que Kurtz habría podido ser un gran político. Al final Marlow se queda solo con unas pocas cartas y una foto de la prometida de Kurtz, a la que se anima a visitar. Está todavía de luto aunque hace ya un año de la muerte de Kurtz. La joven habla de él como el máximo paradigma de la virtud y de los grandes logros de la humanidad. Ella tiene ideas conservadoras sobre lo que significa ser blanco y europeo y sobre las nociones de heroísmo. Su visión idealizada de Kurtz da sentido a su mundo. La novia le pide que le cuente cuáles fueron sus últimas palabras. Marlow no quiere desilusionarla con la cruel verdad y le dice que pronunció su nombre.


 Fuentes consultadas:
-Stape, John: Las vidas de Joseph Conrad. DeBolsillo, 2009.
-Spark Notes: Heart of Darkness.
-Conrad, Josef: El corazón en las tinieblas. Círculo de Lectores, 2008.
-artículo en Wikipedia Joseph Conrad



Comentarios

  1. Felicidades por la entrada. Quizá la novela de Conrad que sigue gustándome más sea "El duelo", la historia de dos militares napoleónicos que Ridley Scott adaptó al cine como "Los duelistas", antes de realizar las fantasías futuristas de "Alien" y "Blade Runner". "El duelo" tiene algo de capricho, de ensoñación con el pasado, pero también de crítica a la intransigencia. Me encanta cómo el villano Harvey Keitel es condenado por su oponente "a estar muerto en vida" igual que el propio Napoleón es desterrado a Santa Elena.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, María. Conrad tiene mucha variedad de temas, aunque lógicamente predominan los marineros. Los duelistas es una maravilla de película. A mí me impresionó en su momento La línea de sombra, con un barco varado en medio del océano en medio de una calma absoluta que no le permite avanzar. Una gran metáfora y un gran libro. De todas formas, tengo la impresión de que las traducciones no le hacen ningún favor al autor. En inglés es bastante difícil de leer, con su prosa modernista riquísisma, para acabar de complicar sus ya profundos temas de reflexión.
    Ayer vi completa Lord Jim, por ver el papel de Marlow en la historia. En la peli, al menos, es muy secundario. Pero me llamó la atención una cosa: salen dos supermalos, el segundo James Mason, con un bombín y una pinta igualita a la de Conrad en la foto de arriba. Lo encontré un poco ridículo que intentaran forzar ese parecido. Bueno, como soy bastante fan de James Mason, se lo perdono.

    ResponderEliminar
  3. Muy buena aproximación a la obra que tanto ha influido en el cine , ya que ahora mismo recuerdo Apocalipsis Now....y alguna otra que estás a punto de desvelar

    ResponderEliminar
  4. Es un gran libro, pero..., se supone que es un resumen?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La entrada está articulada en torno a aspectos que se relacionan con el contenido y la época e intentar ilustrar distintos aspectos de la novela. Uno de ellos, el del argumento, sí es un resumen de ella.

      Eliminar
  5. Felicidades por esta entrada. Un excelente ensayo sobre esta novela que a mi me gusta muchísimo " El sueño del celta " Mario V. LL. , aproximación a la biografía del irlandés Casement. MVLL, (del que debo decir que me encanta todo lo que leí de él, anterior al Nobel) ha expresado en ocasiones su gran admiración por esta novela de Conrad y creo que en su aproximación a este personaje, por esta vez, fue un poco decepcionante. Creo que MVLL deseaba fervientemente abordar el tema de la explotación de la población nativa del Congo
    Añadir que estoy en desacuerdo con quienes tachan a Conrad de defensor del colonialismo, dejando al margen su extraordinaria riqueza literaria. En mi opinión creo que es una novela profundamente moral .
    Acompañamos a Marlow en ese fluir de conciencia interior, pensamos y conocemos a través de su pensamiento . Marlow se encuentra atrapado, y nos atrapa con él, dentro de una profunda niebla, que lo lleva a límites incomprensibles de la condición humana, a través de un viaje que le lleva desde fuera, desde el río ,hasta el mismo corazón de las tinieblas del horror, habitado por la locura y sin razón de Kurtz y de aquellos nativos que viven a su servicio. Marlow ha perdido las referencias, busca la forma de escapar del abismo. La realidad no esclarece su gran confusión. Internado en la espesura de la naturaleza, ésta le cierra el paso, al tiempo que la conmoción y la bruma nublan su mente y ya no entiende la razón que le ha llevado hasta alli. Pero en Marlow existe la compasión. Realizará un último viaje y regresa a la selva en búsqueda de respuestas. En su último encuentro con la mujer de Kurtz se apiada de ella, le dirá que fue su nombre la última palabra que Kurtz pronunció antes de morir. ............) Con la perspectiva que nos da el paso del tiempo, de los años transcurridos de aquella barbarie, el ruido de aquel silencio atronador que sintió Marlow ( Conrad) en las profundidades de la serva , ha podido servir como caja de resonancia de otras voces críticas que, por fortuna, desarrollaron las
    teorias postcolonialistas y subalternas de los años 70 del siglo pasado. Qué entradas más interesantes las de este blog! Muchas Gracias .

    ResponderEliminar

Publicar un comentario