TRADICIONES NAVIDEÑAS (II): EL BELÉN


Una de las costumbres más características de la Navidad en los países católicos es la colocación de belenes en iglesias y hogares, y hasta en establecimientos comerciales y plazas públicas. Se trata de una artesanía que no cesa de crecer, dado que tiene una gran aceptación entre el público.
La representación más frecuente en las viviendas se limita al Nacimiento en el pesebre, incluyendo las figuras de la Virgen, San José, los Reyes, algunos pastores, la mula y el buey, así como el Ángel y la estrella sobre la cueva o establo. Esto es, los protagonistas principales del relato evangélico de la venida  de Cristo al mundo. En espacios más amplios podemos ver un belenes más o menos completos, con toda la bullente vida de aquella pequeña población congelada en un instante: los campesinos, artesanos y pequeños comerciantes dedicados a sus actividades productivas, las mujeres en el mercado o realizando faenas del hogar, y los niños jugando. Todos ellos están ajenos al gran acontecimiento que, en ese mismo momento, está teniendo lugar en el más humilde de los lugares. Solo los sencillos pastores, acampados cerca de allí, reciben el anuncio del Ángel del nacimiento del Salvador. Y, junto a la vida del pueblo llano, también aparecen representados los escenarios del poder: el palacio de Herodes y las guarniciones romanas, con sus episodios de fuerza y violencia que contrastan con los anteriores: la degollación de los inocentes, la huida a Egipto de la Sagrada Familia...
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El meticuloso detallismo con que se intenta evocar ese pasado, muchas veces con graciosos anacronismos, es para mí el motivo de la fascinación que producen estas representaciones entre los espectadores, cualquiera sea su credo, lo mismo que la sensación de paz y orden que logran transmitir. Es como un microcosmos en el que, en alguna medida, nos vemos reflejados. Cuenta cómo imaginamos la vida honesta de aquellas gentes humildes, y qué lejos estaban de los poderosos que los sometían. En ese sentido, nada parece haber cambiado en 2.000 años.

 
Para profundizar un poco en el significado de esta costumbre de poner el belén, he realizado una pequeña entrevista a familiares, amigos y conocidos. Para quienes no participan de la fe cristiana, el motivo para interesarse por esos bonitos belenes que embellecen las plazas públicas de muchas de nuestras ciudades podría ser la curiosidad por las tradiciones ajenas. Indudablemente, las personas dedicadas a esta artesanía le dedican una inmensa cantidad de tiempo a lo largo del año y miman con todo esmero hasta el último detalle: los elementos constructivos para las casas, los establos y abrevaderos, los palacios, los recintos militares, e incluso la monumental arquitectura faraónica; el muestrario de oficios populares de un mundo rural que ya casi ha desaparecido, con el utillaje preciso para cada uno, lo que le da un valor etnológico; la adecuación histórica de las vestimentas de las figuras; la decoración de las casas, con todos los enseres que entonces utilizarían; los animales que les servían de compañía y alimento; la vegetación propia del clima desértico, respetando la escala cuando es natural; los cursos de agua, con arroyuelos y fuentes; la iluminación más efectista para cada escena; la colocación, a veces, de figuras móviles que nos transmiten la impresión de permanente actividad; la combinación de los elementos culturales en contacto: judíos, romanos y egipcios, un buen pretexto para añadir cierto grado de exotismo a los dioramas; la representación de los diferentes espacios: urbano, agrícola y ganadero en el campo y los montes, y el desierto a través del cual avanzan los Reyes Magos en pos de la estrella y por el que, después, María y José huyen de la amenaza de Herodes. El belén cuenta historias grandes y pequeñas, y esa narrativa se traduce en un verdadero arte digno de admiración. Con materiales modestos (musgo, arena, serrín, corcho, paja, madera, piedras…), se consigue reproducir a pequeña escala un universo humano viviente. Un belén es, en ese sentido, mucho más que una simple maqueta. Es un paisaje imaginario en el que proyectar un acontecimiento mítico, el nacimiento de un dios.

Belén gigante en Torrevieja (Alicante), con una alegoría de la fusión de culturas del Mediterráneo

 Ciertamente, si solo destacáramos el aspecto artístico de los belenes, se perdería el significado que esta costumbre tiene para quienes profesan la fe cristiana. En ese sentido, me parecen especialmente interesantes las reflexiones de J. B. L. F., que establece un correlato entre las representaciones de la Navidad y la Pasión. Para él, ambas son formas de revivir los momentos cruciales de la vida de Jesús, su nacimiento y su muerte. Si en las procesiones de Semana Santa se lo muestra torturado hasta morir en la cruz, ahora es el momento de sacarlo de la solemnidad del altar y cuidarlo en el calor de los hogares durante unos días, contemplar cómo el recién nacido pasa frío a la intemperie junto al buey y la mula, adorarlo y mostrarle cariño a través de los villancicos. En ese sentido, el verdadero núcleo del belén sería dar cuerpo al misterio del nacimiento divino,  hacer un hueco al Jesús niño en las vidas de los creyentes. Para muchos, es el día más feliz del año e intentan transmitir ese sentimiento a sus hijos. K. F. K. sostiene que el belén sirve para soñar un poco. Indica paz, un pueblo tranquilo, pequeño, en el que nace un niño que resulta ser Dios. Un grato mensaje para los fieles.

 
Otro aspecto que mis informantes han puesto de relieve es que el belén representa la unidad familiar. El nacimiento del Niño es un momento muy emotivo, una alegre ocasión para reunirse con los seres más queridos, familiares y amigos. Y todos coinciden en afirmar que poner juntos el belén es una preciosa tradición de familia que se remonta a su infancia. Algunos, como E. H. M., todavía recuerdan cómo, hace más de 60 años, llegaron a casa cargados con un saco de carbonilla para construir las montañas, y la bonita experiencia de revivir, con muy escasos recursos, la escena de la Natividad. Las figuras del belén, algunas veces antiquísimas, son reliquias de esa herencia familiar.  Incluso cuando se adquieren, siempre se intenta personalizar las figuras y poner una gran inventiva en la disposición de las escenas. Muchos, como M. L. R. C., añaden al Portal una cuidadosa decoración del hogar, con bolas, cintas y velas. Con ella quieren exteriorizar cómo viven en su corazón este momento, que consideran el más entrañable del año. Para reforzar esa vivencia, es importante también el lugar elegido para colocar el belén. Suele ser la parte central de la casa, el comedor (“en la habitación más elegante”, dice J. F. G.). También un rincón pequeño pero acogedor y principal, como la entrada de la casa, puede ser apropiado.
Añado el texto de un precioso librito de mi querido compañero de trabajo y amigo Julio Calvet Botella, Un cuento para la Navidad ( 2017) que, como no podía ser de otra forma, dedica un emotivo párrafo al belén. Es un admirable ejemplo literario de esa pasión contemplativa que provoca en nosotros comprobar que está todo lo necesario y cada personaje, animal y cosa en su sitio, como manda la tradición, así como el enorme apego emotivo que despiertan en nosotros esas entrañables figuras:

"Volvió a colocar el libro cuidadosamente en el anaquel de su biblioteca, y se acercó al belén que había puesto para sus nietos. El pesebre, el ángel, la estrella, el río de papel de plata cruzado por un puente de madera, la mujer lavando su ropa en el río, el panadero, el pastor guardando el rebaño, el hombre calentándose en la hoguera, el pastor durmiendo plácidamente en el monte, la castañera, el hombre viejo haciendo migas, los borregos y los pavos, y formando una fila los tres Reyes Magos sobre sus camellos guiados por sus pajes. Manuel había ido adquiriendo sus figuras de barro cocido y artísticamente pintadas a lo largo de su vida. Eran figuras sencillas, pero que le traían sus recuerdos y hasta había algún pastor sin un brazo que se le rompió al caérsele, sin querer, al suelo".

Pero hasta ahora no hemos dicho en qué momento comenzó esa tradición del belén en el cristianismo. Desde el siglo XI se interpretaban dramas litúrgicos durante la misa de Nochebuena, con pastores reales realizando ofrendas en el altar. En un viaje a Tierra Santa, San Francisco de Asís quedó muy impresionado por una de estas celebraciones. A su vuelta a Italia, en 1223, quiso evocar con sus paisanos de Greccio el recuerdo del niño nacido en Belén y de todas las penurias que tuvo que soportar desde su infancia. Inspirado por la sencillez del espíritu franciscano, quiso verlo acostado en el pesebre y durmiendo sobre heno, entre el buey y la mula. Convocó a los monjes de varios conventos de los alrededores, y las gentes del país, hombres y mujeres, prepararon antorchas y cirios para iluminar la noche más especial del año. En aquel belén viviente la pobreza y la simplicidad fueron las notas dominantes, y sirvió de altar para celebrar la misa. Tomás de Celano, autor de la primera biografía del santo, escribió que “todos retornaron a sus casas colmados de alegría” (Vita prima).La costumbre se adoptó pronto en la Toscana, y de ahí pasó al resto de Italia, arraigando con gran fuerza en el reino de Nápoles. De allí procede una exquisita tradición belenística, que el rey Carlos III trajo a España en el siglo XVIII. Las familias nobles de las ciudades rivalizaban por exhibir el belén más lujoso y mejor iluminado, convirtiéndose en auténticas atracciones sociales. En las viviendas más modestas, en cambio, primaba en el Nacimiento un espíritu austero y familiar.

                                                                   Belén napolitano
 En la segunda mitad del siglo pasado, la presencia del belén sufrió un significativo retroceso en España, ante el empuje del árbol de Navidad, una costumbre de origen nórdico y centroeuropeo de la que hablamos en la siguiente entrada de esta serie( aquí tenéis el enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2015/01/tradiciones-navidenas-iii-el-arbol-de.html ). A pesar de que el árbol fue considerado inicialmente por los españoles una representación pagana, gracias al sincretismo cultural que nos caracteriza como especie hemos acabado haciendo hueco a ambos símbolos en nuestras casas, donde conviven sin estridencias. El mapa de los países en que los fieles ponen el belén comprende, además del nuestro, Italia, Francia, el Tirol, Alemania, Austria, las regiones católicas de Chequia y los países latinoamericanos. Un detalle diferencial es el material de las figuras: barro para los países del sur, madera para los germánicos.Como ausencias significativas de países de fuerte raigambre católica, destacan Irlanda y Polonia, que en esto se ajustan al modelo de Centroeuropa.
Pero lo que me interesa especialmente aquí es resaltar el carácter evolutivo de las imágenes asociadas al belén. Como en la escuela no nos enseñan la historia de nuestras costumbres, tenemos una visión sincrónica de las mismas, carente de profundidad temporal. Por ello tendemos a pensar que siempre han sido así. Sin embargo, merece la pena reflexionar un poco sobre los cambios acontecidos en la imaginería navideña. Por ejemplo, siempre se representa a la Virgen madre de rodillas delante del pesebre, contemplando arrobada al Niño, en actitud de servicio. Es, sin duda, un mensaje ideológico acerca del significado de la maternidad en nuestra cultura pero no siempre ha sido esa imagen la que transmitieron las fuentes iconográficas. Así, desde el siglo VI, se acentuaba otro aspecto de la maternidad: María aparecía tendida en el lecho, exhausta después de dar a luz y asistida por dos comadronas. Estas auxiliares femeninas desaparecieron a partir del s. XIV.
                                                                  Belén napolitano


 La publicación en 2013 de La infancia de Jesús, obra de Benedicto XVI, ocasionó un considerable revuelo mediático en torno a quiénes debían entenderse como los legítimos protagonistas del Nacimiento. Se dijo apresuradamente que el pontífice había proscrito la presencia del buey y el asno y, además, que los Reyes Magos no eran de Oriente sino de Tartessos. Respecto de la primera cuestión, ni S. Mateo ni S. Lucas mencionan animal alguno en sus respectivos evangelios. Como hemos dicho, fue San Francisco de Asís quien colocó al buey y al asno, animales humildes, junto al niño Dios, en aquel primer belén viviente de Greccio. Pero esa inclusión no era caprichosa sino resultado de una lectura de la profecía de Isaías 1,3: “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no conoce, mi pueblo no entiende”. El mensaje era que los hombres deben hacerse sencillos y humildes, como esos animales, para recibir a Jesús. También, que antes de su venida al mundo, estaban faltos de entendimiento como las bestias, y entonces recibieron la verdadera luz. Y era también una crítica al judaísmo tradicional, desatento al verdadero significado de las profecías mesiánicas.
Respecto a la procedencia de los Reyes Magos, el salmo 72,10 dice: “Los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán sus dones”. Isaías 60 es todavía más explícito: “Vendrán a ti los tesoros del mar, llegarán a ti las riquezas de los pueblos. Te cubrirán muchedumbres de camellos, de dromedarios de Madian y de Efa. Todos vienen de Saba, trayendo oro e incienso”. Ese anuncio oracular dio lugar a que, en el siglo III, Tertuliano transformara a los magos de Oriente, los sabios astrólogos de Mesopotamia que menciona el evangelio de San Mateo, en reyes-magos. De llevar el gorro frigio de los sacerdotes persas de  Mitra, pasaron a lucir corona real.

           Mosaico s.VI en S.Apolinar de Ravena. Vemos los gorros frigios  y los nombres de los Magos


 Quizá sean estos personajes los que han experimentado las mayores variaciones a lo largo de los siglos, debido a su indefinición en las fuentes bíblicas. Para empezar, no se fija su número. En la Iglesia romana, durante el siglo III solo se representaba a dos magos mientras que, en las catacumbas del siglo IV, aparecen entre dos y cuatro. En cambio, en las Iglesias orientales de Siria y Armenia eran doce, en correlato con los apóstoles, y hasta sesenta en la Iglesia copta. Pero a principios del siglo III, fue Orígenes quien estableció el número de tres que al final prevaleció, basándose para ello en que solo se detallan tres regalos por San Mateo.
Tampoco los evangelios proporcionan información sobre sus edades, raza y procedencia.La tradición extratestamentaria, igualmente, entendió que los Reyes Magos eran descendientes de los tres hijos de Noé: Set, Cam y Jafet y que, por tanto, vendrían de los tres continentes conocidos entonces-Asia, Africa y Europa-, como signo de ecumenismo. En todo caso, el repetido evangelio los situaba en Oriente, no en el mítico reino de Tartessos o Tarsis, en Andalucía, en el extremo más occidental de Europa y que, además, en la fecha del nacimiento de Cristo, hacía ya muchas centurias que había desaparecido.

                                                      Adoración de los Reyes, de Maíno


 Una vuelta de tuerca más en estos cambios evolutivos: hasta el siglo XV se creía que los Magos eran de raza blanca. Desde entonces, a Melchor, europeo, se lo representó como un anciano de barba blanca que ofrece al Niño oro como presente; Gaspar es rubio y joven, de procedencia asiática, y porta como ofrenda el incienso; y Baltasar, de edad mediana, negro y barbado, trae mirra desde África. Vemos así cómo los Magos cubren las tres edades del hombre. Curiosamente, los nombres de los Reyes, que nos son tan conocidos, provienen del evangelio armenio de la infancia del siglo V, un texto apócrifo. Siguiendo con esa numerología del tres tan importante para el cristianismo, la tríada de regalos también encierra un potente y plural simbolismo. En primer lugar, la Trinidad: el oro representa al Padre; la mirra, un ungüento funerario muy típico de Egipto, al Hijo resucitado; y el incienso, imprescindible como elemento purificador del aire, al Espíritu Santo. Igualmente, los regalos apuntan a la triple naturaleza del dios cristiano: el oro por la realeza, el incienso por la divinidad, y la mirra, por la muerte y resurrección del hombre. Realmente la tradición del belén es un auténtico compendio de historia cultural en la que merece la pena detener la mirada antropológica.

Bibliografía consultada:
-Rodríguez, Pepe: Mitos y tradiciones de la navidad. Ediciones B, 2010.

                                                               Belén de Torrevieja

Comentarios

  1. Felicidades por la navideña entrada. En la cultura egipcia, cuando nacía el hijo del faraón, le visitaban cuatro diosas, simbolizando cada una de ellas los puntos cardinales, como si representaran el orbe entero. Puede que el origen de los Reyes Magos esté en esa tradición.
    Por otro lado, si tengo que destacar un belén original, ése sería el que montaba nuestro vecino Emilio, con tanto amor y dedicación, reciclando todos los Madelman del barrio, incluso los mutilados, a los que daba vida como graciosos autómatas. También gustaba de representar escenas de la Pasión en su pequeño estudio, que todos íbamos a visitar. No sé si Chari conservará fotos de aquello, pero merecería la pena mostrarlas.
    Feliz año nuevo,
    M

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    1. Como podremos ver el año que viene en comentario a otros muchos aspectos míticos de la navidad cristiana, hay una inmensa cantidad de elementos de la mitología egipcia incrustados en el relato de San Lucas. Lo de la visita de diosas u otros seres con poderes mágicos, en cualquier caso, es un mitema de muy larga historia y muy popular en los cuentos folclóricos. Lo tienes en la bella durmiente, por ejemplo, con las hadas donantes de virtudes.
      Tienes razón con esa referencia a Emilio. Un belén puede ser un medio maravilloso para sacar toda la creatividad que llevamos dentro. Conozco a una persona que lo utilizó de terapia mientras que se recobraba de un infarto, y que personaliza todas las figuras. Está muy orgulloso de su trabajo, y no me extraña.

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  2. Me ha parecido muy interesante todo lo que has recogido sobre la tradición de poner el belén por navidad y su significado. De todo lo expuesto, me parece destacable que señales que el Belén es un espacio de representación simbólica, y lo relaciones con la Semana Santa y los pasos que procesional. Siguiendo a Alberto Manguel en *Una historia de la Lectura*, estas representaciones de pasajes de las Escrituras eran la forma de dar a conocer el mensaje en las épocas en las que la lectura - ¡ y no digamos los libros!- no estaban al alcance de la mayoría de las personas, sobre todo los más pobres y sencillos, precisamente un estrato de población a quienes se quería adoctrinar; por ello usaban todas las posibilidades existentes para transmitir esta información.
    Al leerlo, no he podido evitar recordar a Wittgenstein y su separación entre decir y mostrar: allá donde la palabra - o su significado complejo para un púbico extenso y casi sin formación - no puede llegar, llega el arte, lo que se muestra.
    Aparte de todo lo dicho, me ha encantado que lo ilustres con las imágenes del Belén del pueblo.

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  3. Estupendas precisiones. Tú siempre diriges bien los dardos al centro de la diana antropológica. Me encanta Manguel, y es muy cierta esa función pedagógica de las representaciones cristianas. Es muy propio de nuestra cultura mediterránea, tan visual y hasta táctil. Y, por supuesto, no iba a dejar fuera las imágenes del belén de Torrevieja, que es verdaderamente espectacular y merece una detenida visita todos los años, para comprobar las novedades.

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  4. Mi muy apreciado amigo Julio Calvet me ha mandado un mensaje con un comentario, como siempre en él tan bien escrito y que me llena de orgullo, por lo que no me resisto a añadirlo aquí:
    "Querida Encarna: Recibo tu correo con la cita del libro de la Navidad que citas. Te lo agradezco enormemente porque lo incorporas a una entrada, que yo llamaría un poema navideño muy hermoso, documentado y fundamental. No se puede decir mas ni contar mas lo que es un belén, ni mejor ilustrado. Por eso te agradezco mucho incorpores mi pequeño texto. Como imaginaras cuando cuento como es el belén, es el mío, que he ido formando a lo largo de mi vid ay esta lleno de recuerdos. Ya sabes que las cosas también tienen alma, y ese alma es la que uno le pone. Cada figura de barro tiene su historia y esa historia es también la mía propia. Donde compre ese pastor?. Y ese ángel?. Cuando voy de viaje siempre me compro algún soldado de plomo, o alguna imagen que tiene su historia por eso".
    Muchas gracias, Julio.

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