DE RAYOS Y LAURELES

Por José Losada
En mi infancia conocí de cerca el pánico que provocan las tormentas. Presencié momentos de intensa zozobra en los que vidas y haciendas pendían de un hilo, y preparativos que no comprendía: cerrar puertas y ventanas, guardar cuchillos, apagar luces... La casa quedaba en penumbra mientras en el cielo parecía desarrollarse una batalla en cuyo desenlace no teníamos ninguna intervención. Entonces, solamente el tañer de las campanas de la Capilla de las Reliquias del Convento de Nuestra Señora de la Antigua (también conocido como de la Compañía o de los Escolapios) traía un poco de alivio.

Aunque se trataba de un relicario bastante poblado, eran tres las reliquias a las que se atribuía poder en esos instantes: dos trozos del “lignum crucis” y una espina de la corona del Redentor. Sobrevivieron a los tres saqueos que en 1.809 perpetraron en Monforte de Lemos las tropas napoleónicas  al mando de los generales Ney y Soult. Muestra del aprecio que se tenía a esas preciadas reliquias fue la extremada diligencia en ponerlas a salvo cuando aún se estaba a tiempo. Otras no tuvieron tanta suerte y acabaron rotas, despojadas de los metales preciosos y tiradas por el suelo. 

No lejos de allí, en el Convento de Santa Clara también se exponía una reliquia de la cruz de Cristo con la misma finalidad de ahuyentar la tormenta.
Otros remedios de los que oí hablar (oraciones a Santa Bárbara, encender la vela bendecida el día de la fiesta de las Candelas, quemar laurel bendecido en el Domingo de Ramos e incluso poner pan en una ventana) tenían en común con el anterior el intento de impetrar la protección divina, como si fuese lo único que pudiese detener a los rayos y su poder destructor.

La tradición gallega, y en esto no es un caso aislado, recoge la presencia de unos seres maléficos con forma humana que eran capaces de provocar las tormentas. Recibían diferentes nombres : Nubeiro, Negrumante, Tempestario o Tronante. Curiosamente, uno de los atributos de Júpiter era ese  último. Como  su equivalente heleno, Zeus-que, según García Gual, era un dios celeste de origen indoeuropeo cuya figura se enriqueció con múltiples trazos mediterráneos-, era señor de las tormentas y lancero del rayo. La verdad es que, en muchas otras mitologías, existe una deidad con similares facultades: en la celta, Taranis; Perún en la eslava; Ilyap’a para los incas o Thor en los países nórdicos.Incluso en la antigua China encontramos a Wen Zhong, el ministro del trueno.

Parece claro que el rayo era un atributo divino y el hecho de que, para defenderse de él, los hombres empleasen  o bien restos de la presencia  de Jesús en la tierra (incluido el pan, que representaba su cuerpo) u objetos bendecidos, como portadores de la fuerza divina, ¿no nos indica que durante las tormentas se enfrentaban los antiguos dioses y el nuevo que ahora ocupaba su lugar, teniendo a hombres y mujeres como mudos y espantados espectadores? Es fácil  imaginar el difícil tránsito que para un pueblo significaba el cambio de religión, sobre todo, si se pasaba de una politeísta a adorar a un solo dios. Eliminar los rastros físicos del antiguo culto era, seguramente, lo más fácil; bastaba con construir el nuevo templo sobre el anterior, que quedaba así destruido. Pero, sin duda, era mucho más complicada la disolución, en la conciencia popular, de todos los vestigios de unas creencias antiguas que habían pasado de generación en generación durante siglos y que formaban parte fundamental del imaginario colectivo.

En el siglo VI el obispo San Martín de Braga denunció en su sermón “De correctione rusticorum” los ritos paganos y supersticiones que mantenían los campesinos gallegos: encender velas en las encrucijadas, guardar los días de los ídolos, celebrar las Vulcanales y Calendas, invocar a Minerva cuando se teje, escoger el día de Venus para casarse, mirar qué día se sale de viaje o qué pie se usa, poner ramos de laurel … El refrán “En martes, ni te cases ni te embarques” nos da idea de la vigencia de las advertencias del bracarense. Hace poco oí una conversación entre dos mujeres: una de ellas invitaba a la otra a la inauguración de su cafetería y la otra le contestó que no iba a tomar nada, pero que iría hasta allí “para pisar con el pie derecho”. Por lo que se ve, la severa advertencia del autor del sermón (“Quien desprecia el signo de la cruz de Cristo y  observa otros signos pierde lo que recibió en el bautismo”) nunca ha llegado a cuajar por completo entre sus destinatarios.

En esta entrada ya ha aparecido dos veces el laurel, como remedio contra los rayos  y relacionado con costumbres que, en los primeros siglos del cristianismo, se consideraban paganas. Esto nos hace pensar que, acaso, este árbol de hojas aromáticas sea un perfecto ejemplo para  ilustrar el tema que estamos tratando. Desde luego, considero que debería ser analizado con mayor extensión y erudición.
Ya el padre Sarmiento decía que el laurel expedía efluvios calientes que templaban el ambiente y que por eso se colocaba alrededor de las casas. Así quedó recogido en la canción popular que hizo famosa Milladoiro con el título de “Alalá das mariñas”: “Teño unha casiña branca/ na Mariña, entre loureiros, /teño barca, teño amores/ estou vivindo no ceo”. Sea por eso o porque se creyese que protegía la vivienda (decía Plinio que adorna las casas y sirve de guardián para su entrada), el Concilio de Braga prohibió esta costumbre, muy arraigada entre los romanos. Sin embargo, ya hemos visto que seguía estando presente en las casas gallegas, previa la correspondiente bendición.

También se le atribuía poder contra rayo. No en vano se creía que la corona de laurel que se colocaba sobre la cabeza de los Césares cumplía esa función. Además, los romanos lo dedicaban a Apolo porque lo creían apropiado para sus adivinaciones. Ya en la época cristiana se le atribuían otras funciones. Así, colocaban en diversos lugares de la casa cruces hechas con palo de laurel durante las tormentas y, en los velatorios, se colocaba una rama de laurel en un recipiente con agua bendita. Cada persona que entraba lo usaba para hacer aspersiones sobre el difunto, y es que el laurel protege también contra el “aire de muerto”.
El próximo Domingo de Ramos, cuando las iglesias gallegas se llenen de ramas de laurel (algunos se llevan casi un árbol entero), intentaré mirarlas con el mismo respeto y cariño con el que lo hacían mis ancestros de hace más de mil años.

FUENTES CONSULTADAS:
-Tradición oral
-Introducción a la mitología griega. Carlos García Gual. Alianza Editorial, 2011
- Mitología. Guía ilustrada de los mitos del mundo. Varios autores. Círculo de Lectores, 1993
- Diccionario dos seres míticos galegos. Varios autores. Xerais, 2000
-Supersticiones de Galicia. Jesús Rodríguez López. Imprenta de Ricardo Rojas. 1910. Edición facsímil de 2001.
-Colegio Nuestra Señora de la Antigua (Monforte de Lemos). P.Esteban Martínez González.Everest. 2000

Comentarios

  1. Muy interesante y esperada esta entrada, que nos acerca las costumbres gallegas al resto de gentes que no hemos tenido la suerte de vivirlas . el hilo de las tormentas me parece fascinante y la tesis de fondo, es amplísima, y bastante similar al intento de las culturas colonizadoras por hacer desaparecer los vestigios de culturas anteriores por medio de la asimilación, en este caso, subsunción de una dentro de la otra. En el caso del cristianismo, hace relativamente poco, me tropecé con otro elemento pagano que pasa a ocupar un lugar de cierta relevancia, como es la granada, fruto del infierno (mito de Proserpina), y que sin embargo, nos encontramos en el cristianismo como símbolo de la misma Iglesia, ya que es una, pero contiene en su interior a la totalidad de los fieles. Hay incluso imágenes de Vírgenes portando la granada en la mano.
    En cuanto a comparaciones culturales, por esta zona se usa el olivo para adornar la palma del Domingo de Ramos, y este olivo bendito, se guarda en cajones y se lleva alguna hoja en la cartera para que no falte dinero a lo largo del año...al menos, eso hace mi madre todos los años!!!!!

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  2. Nosotras somos de secano. No veíamos una tormenta ni por casualidad durante años y años. Por eso tal vez nos cueste más entender toda esa parafernalia de las reliquias y las campanas para espantar al rayo.
    Tenemos pendiente de tratar los ritos de la bendición de las palmas. Ya sabes cuanto tengo elaborado sobre ello. A ver si para el año próximo puede salir. Sí, es un terreno muy fértil el de las mutaciones culturales: decir cosas diferentes, aunque relacionadas, a través de los mismos símbolos. Hay mucho trabajo por delante. Ars longa...

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  3. Mi amiga Lourdes Lacalle me comenta en facebook que en su casa seutilizaba el olivo y el laurel benditos, aunque no sabe con qué finalidad. Son gestos de protección contra los peligros de la naturaleza. Aunque hemos olvidado su significado, mucha gente sigue poniendo las ramas benditas en las ventanas de las casas con ese fin. La mayoría no es capaz de explicar por qué lo hace, según una pequeña investigación que llevé a cabo hace unos años. Lo que sorprende es descubrir que todo esto se remonta incluso a los preindoeuropeos, según Mircea Eliade.

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  5. Vale, pues sí que se me ha borrado el comentario sin publicar. Felicitaba a Pepe por la interesante entrada y, respecto a la evolución de la iconografía del dios portador del rayo, me extraña que nadie se encomendara a Santa Bárbara durante aquellas tormentas, ya que la santa viene a recoger el testigo de Zeus. Para más señas, en la santería cubana, el dios Changó es el equivalente de Zeus, y se celebra precisamente el día de Santa Bárbara, 4 de diciembre (fechas jupiterinas para más señas).

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  6. Gracias, Meri. Pepe citaba a Santa Bárbara, aunque no incluye el texto de la famosa oración. Según la que a mí me es familiar, dice así: Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita, con papel y agua bendita. Según el autor, ellos añaden la petición: líbranos de esta tormenta maldita, y rezan un Padrenuestro. Tengo que recabar más información de las expertas en costumbres y ritos tradicionales.

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  7. Estoy de acuerdo con Pepe cuando en esta entrada nos habla de “ truenos y relámpagos”; en nuestra tierra el respeto a las fuerzas de la naturaleza siempre se ha entremezclado con ritos paganos, tradiciones…, pero éstos no dejan de ser uno de los múltiples lenguajes de la naturaleza que se manifiestan también en las artes plásticas, literatura, música…porque dentro de la música clásica hay “ truenos y relámpagos” como en: la sinfonía pastoral de Beethoven, la sinfonía alpina de R. Strauss, el oro del Rin de R. Wagner, Otelo de Verdi, Lucia di L. de Donizetti, Katia Kabanová de Janaçek…

    Tampoco podemos olvidar que tanto el norte como el sur de Europa tienen un día de “truenos”, el jueves.

    El sur: los latinos de Júpiter, dios del trueno: “Jovis Dies” :jueves(es), jeudi(fr), giovedì(it).

    El norte: de Júpiter identificado como Thor o Thunor, en inglés “Thor’s day”: Thursday(ing), Donnerstag(al).

    En resumen, que los “ truenos y relámpagos” resuenan por todas partes.





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  8. Muchas gracias por tus reflexiones, Karlos, y a ver si te animas tú también a contarnos cosas de vuestra Galicia mágica, con tu visión literaria y artística en general.

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  9. Interesante entrada, felicidades a su autor.
    "Santa Barbara bendita líbranos de rayos y centellas", con esta jaculatoria, al tiempo que nos persignábamos, en mi casa de mi infancia buscábamos protección y alivio a las frecuentes tormentas veraniegas propias de los meses de julio y agosto en Castilla. Me identifico plenamente con lo relatado en el primer párrafo por José Losada. Y desconectar la luz de la casa, encender una vela, desenchufar el televisor y sacar la caja llena de hojas de laurel del aparador de la cocina ... eran rituales que seguíamos siempre en la casa. Aun así yo seguía atenazada bajo el miedo. Y sí, muchos tenemos incorporado a nuestras tradiciones y creencias las propiedades benefactoras del laurel. Mi madre ha cocinado toda su vida añadiendo una hoja de laurel absolutamente todos sus guisos y varias eran sus razones y esta costumbre seguí después yo en mi casa, y algunos de los míos continúan preguntándose el por qué de ponerle laurel a todo.
    Gracias Encarna por actualizar esta entrada de José Losada. Un abrazo. Carmen T.

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