ALBA DE GLORIA.Historia y cultura gallega

 Por José Losada
El 25 de julio de 1948, Alfonso Daniel Rodríguez Castelao pronunció en el Teatro Argentino de Buenos Aires el discurso “Alba de Groria”. Es la obra de un exiliado que, desvanecidas las expectativas de que tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial el régimen del general Franco siguiese  el mismo destino de sus compañeros de viaje, Hitler y Mussolini, pensaba que, acaso, no volvería a ver su amada tierra gallega (tenía razón, pues falleció apenas dos años después, en 1950). Sin embargo, sin dejarse vencer por la desesperanza, consciente del valor de su ejemplo para sus compatriotas, elabora una pieza oratoria extraordinaria, una especie de cápsula del tiempo que sirve para que las generaciones futuras conozcan su remoto país, una botella con mensaje que, desde el lejano momento de su lanzamiento a los mares de la historia, no ha dejado de navegar y extender por todos los confines el inmenso amor que este pintor, humorista, dramaturgo, pensador y político sentía por su tierra.
Comienza con una vigorosa evocación de la Galicia que tanto él como la mayoría del auditorio (el acto estaba organizado por el Centro Gallego) añoraban desde lo más profundo de su ser. Usando como medio de transporte las campanadas que, en la primera hora del día, tañen las campanas de la Catedral de Santiago y que se contagian a todas las torres de la ciudad, lleva al lector de hoy en día, como a los afortunados oyentes de hace sesenta y seis años, por los más señeros paisajes galaicos, desde el monte de Santa Tecla, que vence con su sombra a los de Portugal, hasta la brava costa de A Coruña, donde el mar teje encajes de Camariñas. 


Sin dejarse vencer por el recuerdo de lo perdido y por la melancolía de lo acompaña, se refiere a un país convertido en bandera blanca y azul, adornado por los atributos de una fiesta popular: música de gaitas y panderos, “aturuxos” y bombas de palenque, y prefiere imaginar que se cruza con una Santa Compaña de gallegos inmortales, símbolo de su historia y presagio de un futuro mejor del  que presiente que no será testigo. Encabezada por Prisciliano, al que presenta con atributos de druida, la componen  emperadores romanos, santos, reyes y reinas desgraciadas como Inés y Juana de Castro, arzobispos de Compostela y también la virgen Eteria, escritora y peregrina del siglo IV. No faltan artistas como el Maestro Mateo, constructor del Pórtico de la Gloria, y los autores de la poesía galaico-portuguesa, a los que viste con dignos harapos. Les siguen una multitud de personajes, algunos, como Pedro Madruga, llevan aún clavado en la espalda el puñal de la traición, mientras que Rui Xordo enarbola una antorcha de paja encendida y humeante. Uno es símbolo del triste presente, el otro heraldo de un porvenir esperanzador. No falta el homenaje a los escritores que reivindicaron el gallego como idioma literario a partir del siglo XIX, siendo notoria la generosidad de Castelao al incluir entre ellos a la condesa de Pardo Bazán, de cuya afilada pluma nacieron severas invectivas contra algunos de sus compañeros de procesión. 

Doña Emilia, genio y figura
Termina aludiendo al recuerdo de los innumerables  antecesores anónimos  que fueron capaces de erigir la intrasferible autonomía moral de Galicia, concepto muy sugestivo y que nos debe hacer reflexionar porque será la  palanca que servirá para ganar el futuro.
No olvida el autor a dos compañeros de fatigas. Ramón Otero Pedrayo, condenado al silencio y al exilio interior, y al desafortunado Alexandre Bóveda, asesinado durante la Guerra Civil, hombre honesto y de gran altura intelectual. Ellos, y el propio Castelao, simbolizan el triste destino  que deparó a los miembros del Partido Galeguista la locura reinante en España entre 1936 y 1939. Con elegancia, omite cualquier referencia a quienes desertaron de sus filas para salvarse.

Otero Pedrayo

“Alba de Groria” es una hermosísima arenga capaz de transportar a quien la escucha a sus lugares más amados e infundirle una inquebrantable fe en el futuro, basada en el corazón antiguo y panteísta de un pueblo humilde y perseverante. Su lectura en el Día de Galicia constituye un emocionante viaje interior,  una muestra de respeto a nuestra historia y a quienes la han forjado.

Aquí tenéis el texto completo en castellano para disfrutar de sus ricas referencias históricas y etnológicas:

"Señoras y señores:
SI EN EL AMANECER de este día pudiéramos volar por encima de nuestra tierra y recorrerla en todas direcciones, asistiríamos a la maravilla de una mañana única. Desde las planicies de Lugo, cubiertas de abedules, hasta las rías de Pontevedra, orladas de pinares; desde las sierras nutricias del Miño o la garganta montañosa del Sil, hasta el puente de Orense, donde se peinan las aguas de ambos ríos; o desde los cabos de la costa brava de la Coruña, donde el mar teje encajes de Camariñas, hasta la cima del monte de Santa Tecla, que vence con su sombra los montes de Portugal, por todas partes surge una alborada de gloria. 



El día de fiesta comienza en Sant-Iago. La torre del reloj tañe su grave destino de bronce para anunciar un nuevo día, y enseguida comienza una muiñeira de campanas, repicada en las torres del Obradoiro, que se comunica a todos los campanarios de la ciudad. Pero hoy las campanas de Compostela anuncian algo más que una fiesta litúrgica en el interior de la Catedral, con dignidades mitradas y ornamentos maravillosos, de brocados y oros, con chirimías y botafumeiro, capaz de dar envidia a la misma Basílica de Roma. 



Hoy las campanas de Compostela anuncian una fiesta étnica, hija, tal vez, de un culto panteísta, anterior al cristianismo, que tiene por altar la tierra madre, alzada simbólicamente en el Pico Sacro; por cobertura el fanal inmenso del universo; y por lámpara votiva, el sol ardiente de julio, el sol que madura el pan y el vino eucarísticos. Por eso la muiñeira de las campanas, iniciada en Compostela, va rodando por toda Galicia, de valle en valle y de cima en cima, desde los campanarios orgullosos de la vera del mar hasta las humildes espadañas de la montaña. Y el badajeo rítmico de las campanas - de todas las campanas de Galicia en alegre algarabía - semeja el galopar de los caballos astrales, que vienen por la bóveda celeste, topeteando con el carro de Apolo, que trae luz y calor al mundo en sombras. Hoy es el Día de Galicia, y así comienza.
Así da comienzo la solemnidad de este día; la Fiesta mayor de Galicia, la Fiesta de todos los gallegos. Pero nadie puede sentirla, como nosotros, los emigrados, porque en tal día como este reviven los recuerdos acumulados, y con la gran distancia se agranda el prodigio de la patria. Hoy nuestra imaginación anda por allá, en fiesta de nostalgias, escuchando las cántigas montañesas y marineras que van para Compostela, viendo nuestro país embanderado de azul y blanco, con músicas, gaitas, panderos, aturuxos y cohetes... Y después de evocar el repique matutino de las campanas -mal o bien, al modo de Otero Pedrayo-, yo podría evocar igualmente, todos los lances jubilosos de este día, hora a hora, minuto a minuto. Pero ¡cómo se tornan tristes las alegrías evocadas lejos de la patria! ¡Cómo duelen las delicias arrancadas al recuerdo de nuestra mocedad ! Y como para mi es cierto lo que dijo el mejor poeta de nuestra estirpe:

Sin ti perpetuamente estoy pasando
en las mayores alegrías, mayor tristeza.


No; es mucho mejor evocar algo irreal, algo puramente imaginario, algo que con su simbolismo nos deje ver el pasado para provecho del futuro, como una buena experiencia. Podemos imaginar, por ejemplo, una Santa Compaña de inmortales gallegos, en interminable procesión. Allí veremos las nobles dignidades y los fuertes caracteres que dio Galicia en el transcurrir de su Historia.
Los veremos caminar en silencio, con la cara en sombras y el mirar caído en la tierra de sus pecados o de sus amores, escondiendo ideas tan viejas que hoy ni tan siquiera seríamos capaces de comprender, y sentimientos tan perennes que son los mismos que ahora bullen en nuestro corazón. A algunos los veremos revestidos con ricos paños y fulgurantes armaduras; pero los más de ellos van descalzos o desnudos, con los huesos plateados por el fulgor astral.
Al frente de todos va Prisciliano, el heresiarca decapitado, llevando su propia calavera en una caja de marfil y afirmado en un largo cayado, que termina con la hoz de los druidas, a modo de báculo episcopal. Siguen a Prisciliano muchos adeptos, varones y mujeres. Detrás vienen dos magnates, que quizás sean: Teodosio, el gran Emperador de Roma, y San Dámaso, el sumo pontífice de la cristiandad, seguidos ambos por una hueste de soldados y eclesiásticos. Vemos después una hilera de muertos esclarecidos, que portan los atributos de su dignidad o de su profesión. 



Allí distinguimos a la virgen Eteria, la escritora peregrina, con túnica de blanco lino y caminando con bamboleante compás. Al historiador Paulo Orosio, discípulo de San Agustín, que marcha pensativo, con un rollo de pergaminos en la mano. Al obispo y cronista de los tiempos suevos, a Idacio, que alumbra el camino con una lámpara de bronce. A San Pedro de Mezonzo, el autor de Salve Regina Mater - el cántico y oración más hermoso de la Iglesia-, con una fragante azucena en los labios. Al fundador San Rosendo, que sostiene litúrgicamente la custodia de nuestro escudo tradicional. Y muchos, y muchos más, que es dificultoso reconocer. Luego vemos al primer Arzobispo de Compostela, el gran Gelmirez, revestido de pontificial, con aurifulgente cortejo de mitrados y canónigos. A la par del prelado vienen Alfonso VII, el Emperador, con cetro en la diestra, espada en la siniestra y corona de oro y pedrería en las sienes. Siguen al Emperador: el Conde de Traba, su ayo, y demás bultos de la soberbia feudal de Galicia. Vemos después a los monjes letrados, en larga fila, con velas prendidas y libros abiertos. Viene detrás el maestro Mateo, el Santo de los Croques, con el Apocalipsis debajo del brazo, encabezando una multitud de arquitectos e ingenieros, que portan las herramientas de sus artes. 



Enseguida aparece una multitud de juglares y trovadores, en mezcla de tipos y atavíos. Algunos semejan haber sido monjes; otros calzan espuelas de oro, en señal de que fueron caballeros; pero los más de ellos van harapientos, con viejas cítaras, laúdes y zanfonas al hombro. Allí reconocemos a Bernaldo de Bonaval, a Airas Nunes, a Eanes de Cotón, a Pero da Ponte, a Pero Meogo, a Xoahán de Guillade, a Meendiño, a Xoán Airas, a Martín Códax, a Paio Gómez Charino, a Macías, a Padrón, y muchos más, todos con fuego en el pecho. No tardan en aparecer las dos veladas e infortunadas hermanas, Inés y Xohana de Castro, la que reinó en Portugal después de muerta y la que fue reina de Castilla en una sola noche tibia de verano, como dos rosas de plata las coronas de su efímero reinado. 



Vienen enseguida los muchos varones altaneros de Galicia, los señores feudales, que no supieron vivir en paz ni consigo mismos, todos ellos montados en bestias negras, desde Andrade, el Bueno, seguido por un jabalí - símbolo totémico de su casa-, hasta el valiente Pedro Madruga, que lleva el puñal de la traición clavado en las costillas. Como grupo singular destácase el Mariscal Pardo de Cela, junto con sus compañeros de martirio injustamente decapitados, que sostienen con ambas manos sus propias cabezas, todavía frescas, que chorrean sangre y piden justicia. También vemos una buena representación del feudalismo eclesiástico, y en él distinguimos a los tres Arzobispos Fonseca, padre, hijo y nieto, seguidos por una mula cargada con las obras de Erasmo. Y detrás de tanto señorío feudal viene a pie su mejor cronista, Vasco da Ponte. Enseguida reconocemos la imponente tropa de irmandiños, que arrastran cadenas, con lanzas y hoces armadas en palos, llevando por abanderado a Rui Xordo, que sostiene en alto una antorcha de paja prendida y humeante.
Revuelta de los Irmandiños, siglo XV
Aquí comienza a decaer la categoría del fúnebre cortejo, como decae  Galicia al trocarse en pueblo vencido y subordinado. Pero sigue dando individualidades, como Sarmiento de Gamboa y los Nodales, que caminan juntos, portando astrolabios, atlas y conchas extrañas; el filósofo escéptico, Francisco Sánchez, toga de Doctor; los Virreyes de Nápoles y de las Indias, Conde de Lemos y Conde de Monterrey, que sirvieron lealmente a quien no merecía ser servido por ningún gallego; los tres grandes Embajadores felipescos, Zúñiga, de Castro y Gondomar, que inútilmente derrocharon talento, sabiduría y artes diplomáticas; los escultores Moure y Ferreiro, junto con los arquitectos Andrade y Casas y Nóvoa, que liberaron de cadenas a nuestra originalidad oprimida; el Padre Sarmiento y el Padre Feixóo, que remediaron el retraso cultural de España con su poderosa erudición y su genio enciclopédico. Viene pronto Nicomedes Pastor Díaz, con su lira de nácar, abriendo el renacimiento literario de Galicia y seguido por los poetas Añón, Rosalía, Curros, Pondal, Ferreiro, Lamas, Amado Carballo, Manoel Antonio y tantos otros, todos con estrellas sobre sus frentes; los historiadores Vicetto, Murguía y Brañas, la pensadora Concepción Arenal, la escritora Pardo Bazán, y por fin el gran Don Ramón, todavía no bien descarnado...


Acabo de citar unos cuantos bultos de la Santa Compaña de inmortales gallegos, unos cuantos nada más, porque en los dos mil años de nuestra historia, los bultos se cuentan por millares.
Dice Oliveira Martíns que en la Historia no hay más que muertos y que la crítica histórica no es un debate, sino una sentencia. Pero todos sabemos que los muertos de la Historia reviven y mandan sobre los vivos - muchas veces desgraciadamente -, como todos sabemos que la mejor sentencia es la que se da después de un debate. Por eso a mi me gusta poner a debate a nuestra Historia, no a nuestra Tradición, porque si bien es cierto que se puede componer una gran Historia de Galicia con  sólo recoger las crónicas de sus grandes hombres, también es cierto que ninguno de ellos, ni todos juntos, fueron capaces de erguir la intransferible autonomía moral de Galicia a categoría de hecho indiscutible y garantizado.
Afortunadamente, Galicia cuenta, para su eternidad, con algo más que una Historia mutilada, cuenta con una Tradición de valor imponderable, que eso es lo que importa para ganar el futuro. 
Cuando la Santa Compaña de inmortales gallegos, que acaba de pasar delante de nuestra imaginación, se pierde en la espesura de una foresta lejana, con esta misma imaginación veremos surgir el Humus de la tierra-madre, de la tierra, de nuestra tierra, saturada de cenizas humanas, una infinita muchedumbre de lucecitas y luciérnagas, que son los seres innombrados que nadie recuerda ya, y que todos juntos forman el sustrato insobornable de la patria gallega. Esas almas sin nombre son las que crearon el idioma en que yo les estoy hablando, nuestra cultura, nuestras artes, nuestros usos y costumbres, y en fin, el hecho diferencial de Galicia.  Ellas son la que, en largas centurias de trabajo, humanizaron nuestro territorio patrio, infundiéndole a todas las cosas que en el paisaje se muestran su propio espíritu, con el que puede dialogar el corazón nuestro, antiguo y panteísta. Ellas son las que guardan y custodian, en el seno de la tierra-madre, los legados múltiples de nuestra tradición, los gérmenes incorruptibles, de nuestra futura historia, las fuentes divisables y purísimas de nuestro genio racial.
Esa muchedumbre de lucecitas representa al pueblo, que nunca nos traicionó, la energía colectiva, que nunca perece, y en fin, la esperanza celta, que nunca se cansa. Esa infinita muchedumbre de lucecitas y luciérnagas representa lo que nosotros fuimos, lo que nosotros somos  y lo que nosotros seremos siempre, siempre, siempre.


He ahí lo que yo quería decir en este Día de Galicia, en alabanza de nuestra Tradición, por encima de nuestra Historia, a todos los gallegos que residen en esta tierra que para nosotros es la segunda patria. Y nada más, amigos y hermanos.
Que la hoguera del espíritu siga calentando vuestras vidas y que la hoguera del fuego nunca deje de calentar vuestros hogares".
La traducción, con ligeros retoques, está tomada de esta página http://galicia.swred.com/alba_groria_castelan.htm. Allí mismo podéis  leer el maravilloso texto original en gallego. 

Autocaricatura de Castelao

Comentarios

  1. Enhorabuena al autor del texto por compartir con nosotros esta prodigiosa creación de Castelao embargado por la morriña del exilio. Contiene una lectura culturalista de la historia de Galicia, una de las regiones con más riqueza etnográfica de España. Me encanta la referencia a la Santa Compaña para describir el desfile de la historia de ese pueblo. Esperamos que José Losada nos ilustre en alguna ocasión sobre la Santa Compaña, los petos de ánimas y toda esa tradición gallega tan florida sobre el más allá.¡Benvido a Tinieblas en el corazón!

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  2. ¡Enhorabuena por esta entrada! Me alegro mucho de tener un colaborador que escribe escogiendo las palabras que expresan sentimientos. Respecto al texto de Alba de Gloria de Castelao,también le encuentro una gran riqueza etnográfica y antropológica, como la que plantea al final: la cultura y la identidad de un pueblo descansa en la misma tierra y las gentes anónimas que en ella viven y hablan, y cuentan a sus vástagos las viejas historias para que no desaparezcan; por ello, aunque se esté a miles de kilómetros del lugar en el que se ha nacido, nada como las palabras que nos arrullaron y con las que comenzamos a estructurar el mundo para entender qué es una patria.
    Muchas gracias por este texto, y bienvenido al blog!

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  3. Gracias por esta participación tan oportuna en el blog, porque llevaba años oyendo del discurso de Castelao --a través de vuestras figuritas de Sargadelos que lo conmemoran-- y ya tenía ganas de saber cómo era. Felicidades.

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